martes, 6 de julio de 2010

La Joven Mártir - Paul Delaroche (1855)

Empecé borradores de este artículo en los lugares más insólitos… en un boliche un martes (sí Sr. Patovica, efectivamente, estoy escribiendo!), en la sala de espera de la ginecóloga (por dios y la señora que no para de toser y la fuentecita feng shui!), en la casa de un amigo (vale avisar que te fuiste y me dejaste sin computadora NI televisión!)… de todos los borradores saqué algo, pero supongo que lo que quiero decir contado esta anécdota, es que “La Joven Mártir” me acompañó todo este tiempo… y que no fue fácil llegar aquí.


En Febrero del 2004 tuve la buena fortuna de viajar a Europa y hacer un tour acelerado por la bella París (y discúlpenme, pero los Franceses NO son antipáticos!). Es en esa oportunidad que pude estar frente al Escriba Sentado, la Nike de Samotracia y La Joven Mártir, entre otros que se encuentran en el Louvre. Al encontrarme con la última, mi flameante paso (parecía recorriendo El Escorial con Paul: EL Greco… El Greco de nuevo… unas donuts!… las criptas…turistas que nos arruinan el ritmo…la que está vacía…listo!) se detuvo, y así también el tiempo. Tan atónita quedé que no pude ni retener el nombre del artista.


Se llamaba Paul Delaroche.


Monsieur Delaroche nació en 1797 –ocho años después de la Revolución Francesa- en París y en 1835 se casó con la que sería el amor de su vida: Louise Vernet (hija de Horace Vernet, otro artista entonces director de la academia Francesa en Roma y uno de los precursores del Romanticismo). En 1855, un año antes de su muerte y 10 después de la de su mujer, realiza esta obra.


Pero a qué nos referimos con Romanticismo? Qué es ser romántico?


Si somos un joven de unos veintitantos en el 2010, quizás romántico sea ir a ver una película de Pixar con la cita de turno o escuchar Coldplay; pero en el Siglo XIX, el romántico era el resultado de la confluencia de diversos motores sociales:


Hacia fines del Siglo XVIII se habían comenzado a gestar ideales que, en detrimento de la clase noble, culminaron en los hechos que hicieron a la Revolución Francesa en 1789. El hartazgo del exceso, que fue el principal motor de estos sucesos, fue bien acompañado por arte Neoclásico: como buenos hijos de la razón –el siglo XVIII fue llamado el “siglo de la razón” o “de las luces”-, los artistas encontraban en los modelos clásicos de Grecia y Roma (quizás impulsados por el descubrimiento de las ruinas de Pompeya y Herculano a mediados de siglo) la mesura de que carecía la monarquía en aquel momento.


Hubo un grupo de Neoclásicos, sin embargo, que se alejaba del resto, pues si bien tenían gusto por las ruinas clásicas o la arquitectura de fantasía, denotaban un tono nostálgico que los hacía tender más hacia la subjetividad y el sentimiento, en vez de la racionalización y universalidad; entre ellos estaba Joseph-Marie Vien, antecesor de Horace Vernet en el puesto de director de la Academia francesa en Roma. No obstante, El neoclasicismo siguió siendo la escuela aceptada oficialmente por L’Acedemie Royale de Peintre et de Sculpture, en tanto que con sus grandes pinturas históricas, continuaba representando el ideal que había llevado a la revolución, y la idea de un arte clásico no perecedero.


Pero los tiempos cambian, y aparejados con los nuevos sistemas de gobierno en Francia (Restauración, Monarquía Parlamentaria, República Parlamentaria, etc.) y las alteraciones en la vida cotidiana que acompañan la revolución industrial surgen nuevos sentimientos y maneras de expresar lo vivido. Esta idea de nuevos sentires podría resumirse en las palabras Progreso y Libertad, lo que significa el quiebre con el dominio de la aristocracia y el avance personal del burgués al ir convirtiéndose en dueño (sueno como un comercial del Banco Hipotecario); conceptos recíprocos y estrechamente ligados al aumento del valor material.


El deterioro físico causado por el trabajo en las fábricas se convertía en una amenaza para la raza y a su vez, el poco tiempo pasado en familia dificultaba cada vez más la comunicación; los valores cambiaban: tierra-fábrica, campo-industria, subsistencia-excedente, familia-trabajo, razón-sentimiento.


En este período de cambio no es de extrañar que veamos una exaltación del sentimiento dramático, y es justamente en esa exaltación que encontramos el exponente principal de los que llamamos Románticos. El valor máximo no es ya, como se había expuesto previamente, lo racional, sino lo sentimental… y cómo no habría de serlo? Si nada tenía explicación? Los avances se desarrollaban de modo que ningún trabajador, mucho menos un empleador, pudiera detenerse a reflexionar sobre lo que sucedía.


Lo único que el hombre podía hacer entonces, era dejarse ser y ser lo más natural posible (contradictoriamente, la naturalidad es exacerbada como principio fundamental del romántico); se da en el pensamiento y en la representación artística una búsqueda de retorno al mundo natural, a un hombre más primitivo e instintivo, y en última instancia, religioso.


El rito de la religión de la Iglesia Católica Romana volvería a florecer. Lo místico y tradicional de éste saciaba la imaginación y sed de belleza de los románticos. A su vez, cumple un rol crucial en el desarrollo del sentir elevado, ya que dará la ilusión de dar una vuelta a los orígenes de una Europa unida que se había erigido con una cultura propia durante la Edad Media (aaahhh… esos “buenos” tiempos de antes…), a diferencia de aquella de los últimos siglos, del S.XVII en adelante, en que se había nutrido de ideas importadas de oriente y difundidas gracias a, por ejemplo, la publicación de los “Principios de Confucio” y la Chinoiserie –mobiliario de estética china-.


Entre este grupo de melancólicos encontramos a M. Paul Delaroche y su Joven Mártir, también llamada “Joven Mártir Ahogada en el Tíber Durante el Reinado de Diocleciano”. Si Sólo nos detenemos en el título podemos rescatar la siguiente información: estamos frente una santa cristiana de principios del Siglo IV.


Por esas épocas, Diocleciano, Maximiano, Galerio y Constancio (miembros de la Tetrarquía reinante) pretendían restaurar la “edad de oro” del Imperio Romano –algo así como los burgueses refugiándose en el medievalismo para contrarrestar los nuevos cambios?-, en parte eliminando los nuevos ideales que traía el moderno culto cristiano, que se enajenaba del resto fomentando la disgregación social. El método fue terminante: se los persiguió, se les rescindieron los derechos legales, fueron obligados a practicar los cultos tradicionales, y, finalmente, cuando estos procedimientos no resultaron suficientes, se ordenó su sacrificio colectivo u ejecución.


Frente a la joven Mártir no podemos ignorar el contexto que rodea al artista. Dícese que Monieur Paul no pudo nunca recuperarse de la pérdida de su mujer, sobre la que basó su “Cabeza de Ángel”, y que luego de su muerte recurrió más y más a la religión.


Ante Louise, como llamaremos a esta joven, es inevitable sentirse turbado y la vez atraído por la idea de una muerte tan trágicamente apacible, concepto contradictorio y a la vez o por eso-… tan romántico!... Se nos presenta tan bella, pura, intocada (muere ahogada, no bajo las manos de alguien), angelical y fuerte… Personalmente, me remite a una idola de mi niñez: La Bella Durmiente; cuya figura, coincidentemente, reaparece gracias a Tchaikovski a fines del S. XIX –basada en las historias folklóricas de las mártires cristianas y Brynhildr, personaje de la mitología escandinava, transcriptas y transformadas por Perrault en 1697 y los hermanos Grimm en 1810-.


Si bien la Aurora/Rosa (La Bella Durmiente!) que conocemos gracias al maravilloso mundo de Disney tiene un sentido romántico más S.XX, no deja de ser romántico y calladamente apasionado.


Si miramos más detenidamente, en el fondo de la obra podemos entrever más figuras: una embarcación amarrada a nuestra izquierda, y atrás, tres figuras humanas; una pareja apoyándose en un hombre físicamente mayor, aparentemente en busca de consuelo. Quiénes son? Serán sus padres? será él con sus padres? Será el hombro consolador Dios? Será su verdugo?...


El amor, la pérdida, la espera, la soledad, la muerte…son ideas aterradoras, paralizantes –quizás razón por la que este artículo me llevó tanto tiempo-, que gracias a la delicadeza y calidez con que son representadas en esta escena se nos hacen tolerables y hasta deseables (más deseables las hace Disney! A las mujeres: quién no quisiera ser revivida por ese ideal príncipe Felipe? ;) ). Contrapuesto a sus contemporáneos (Delacroix, Géricault), la manera en que la tragedia es representada tan inmóvilmente descoloca, y justamente la razón por la cual el artista ha caído en el olvido como un mero “pintor histórico”; pero su ‘silencio’ habla más que mil scorzos. No necesitamos cuerpos retorcidos, rostros agonizantes ni elevación para sentir el dramatismo ni la angustia en esta obra. Es una expresión de dolor ahogado, un intento de reconciliación con la inevitabilidad de la muerte, la pérdida del amado; y es allí dónde quedamos sin habla; contemplándola por un momento eterno. Intentando a su vez –quizás como él en su momento- no dejarla ir.


Un lejano amigo mío solía decir que toda relación es un reflejo de nosotros mismos. No lo entendí en su momento; pero si nos lo permitimos, ésa es la relación que podemos tener con el arte. La Joven Mártir es un personaje altamente relatable -con que uno se puede identificar- en tanto mantenemos un diálogo con ella, con su autor, y a su vez con nosotros mismos.


Ese diálogo en silencio, esa reflexión, las preguntas y los miedos, son quizás aquello que me asaltó cuando la conocí y que sólo hoy puedo ver. Así como lo que me dijo mi lejano amigo.

Bibliografía:


• “El Arte y El Hombre III”; Huyghe, René. Larousse, Vittoria, 1967.
• “History of The World”, W.N.Weech, M.A. Odhams Limited Press ltd, London.
• “Historia de la Pintura”, Hourticq, Louis. Eudeba, Buenos Aires, 1964.
• “Historia Universal de la Pintura –del tardo barroco al modernismo-“, Junquera, Juan José. Espasa, 2001.
• “La Era de la Revolución: 1789-1848”, Hobsbawm, Eric. Crítica, Buenos Aires, 2001.
• “La Necesidad del Arte” Fischer, Ernst. Península, Barcelona, 2001.
• “Paul Delaroche: History Painted” Bann, Stephen. Princeton University Press, 1997.
• www.wikipedia.com
• www.enotes.com/oxfort-art-encyclopedia/delaroche-paul
• http://encyclopedia.thefreedictionary.com/19th+century
www.thuto.org/ubh/ub/h202/fr19p1.htm

Próxima entrega: post impresionismo: Paul Gauguin!

4 comentarios:

  1. Yo opino:

    Sobre el siglo de las luces te cito al genial Armando Ribas: "Ya he repetido que Europa, Iluminismo mediante, pasó del oscurantismo de la Fe al oscurantismo de la razón. El Santo Oficio en 1789 fue sustituido por los Comités de Salud Pública y el terror.."

    Ergo de estas ideas no salió ningún progreso ni ninguna libertad.

    Sobre el arte, gracias por citar "La Bella Durmiente". De hecho, estoy seguro que el corcel del fondo es el prícipe y en un toque la mina se levanta!

    Beso!

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  2. No habia reparado especialmente en este cuadro y lo he revalorado a través de esta nota.
    Hermoso.

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  3. Viajé a París hace un mes y el recuerdo más vívido que me traigo del Louvre es, precisamente, este cuadro.

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  4. Me pasó lo mismo que a vos, venía de ver la Mona Lisa con binoculares y cansado de ser embestido por jaurías de chinos que quieren la mejor foto, hasta que giré y ví este cuadro que no me dejó correr la mirada por mas de 5 minutos. Sólo yo lo observaba. Saludos!

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